Visión 18.2.25. 12 años después de la inundación
Visión 18.2.25. 12 años después de la inundación
El subconciente se activa en el Ren/Rem del sueño, nada encuentra que le satisfaga, porque ya lo ha conocido todo, porque ya lo ve todo, y contiene en el todos los tiempos y todas las constelaciones, el subconciente es piscis, el pez de agua que todo lo traga y todo lo consume.
Y me proyecta al punto en el que la inundación ya ha empezado en todo el mundo, la gente está divagante entre el qué puedo hacer y "qué soy yo" de todo esto que es y viene hacia nosotros. Algunos huyen en botes y otros nos quedamos quietos ...esperando.
Me veo en una especie de gran estación, es la estación número 12, eso dice un pequeño muelle afuera. Para mí luce como una vieja universidad en la que hace algún tiempo intenté llenarme de un conocimiento que Piscis ahora había ridiculizado entre lo basto e infinito del saber que nace del simple hecho de ser quien uno es, y hacer lo que uno vino a hacer. Sin más distracciones.
Y en medio de la incertidumbre intento hablar con mi antigua profesora de astrología mediática, a quien ya Piscis también le ha disuelto su anterior rostro y le ha puesto por encima una vestimenta Persa, negra con cintos plateados, pero por debajo de ésta, otra mujer, más sensible que mi maestra, de hecho, le pregunto si podemos hablar aunque sé que no es el mejor momento, y ella solo afirma lo que he dicho, y me pide unos pañuelos, finalmente la miro llorando, la miro en su vulnerabilidad, en el fondo de su armadura negra, también tiene miedo a lo que desconoce. Y al contrario ella me pregunta a mi que qué veo yo.
-Veo sueños. Le digo. Veo todos mis sueños, mis visiones, mis ensoñaciones, todas aquí y ahora, me piden ser vistas, recordadas, con la vividéz de las primeras, nada hay que realmente muera, si deseas recordar con todas tus fuerzas, los recuerdos se mostrarán, mientras haya tiempo, habrán señales, pero las señales no se albergan en la información, están más abajo, más profundo, en los niveles bajo el agua, en el conocimiento yace el poder.
-Adónde está el tiempo, me pregunta ella. Las arenas del tiempo se llevaron a mis hijos y mis nietos se irán tras de ellos, o el agua lo hará. Le pinto un circulo cerrado en la mano y escucho al perro afuera ladrando, es tiempo de irse de la estación.
Afuera una barca va pasando, no planea detenerse por nada ni por nadie, pero mi perro se ha lanzado al agua para retenerle con una cuerda, y de alguna manera los arrastra hasta el pequeño puerto de la estación, estoy a punto de embarcarme con esos tripulantes, yo y alguien que parece ser mi nuevo profesor. He pasado de astrología a canalización, es lo que me dice está inundación.
El profesor y yo subimos a la pequeña embarcación, que es más como una especie de diminuto submarino, adentro, 11 personas más, las cuento un par de veces para estar segura. El profesor me dice que me coloque un chaleco salvavidas, solo llevo una mochila que es más como un salveque de tela que me coloco sobre las piernas, me doy cuenta que llevo conmigo un libro, con una cubierta de cuero dentro de una bolsa plástica junto a un par de lápices, entonces la curiosidad por saber qué escribo antes de la proyección me motiva a abrir la bolsa y observar el libro en su interior.
Debo cargar la esperanza de terminarlo en algún momento, algo me dice que si es mi única pertenencia, debe de ser un libro importante, quizá ayudará a otros a recordar lo que olvidaron en otro tiempo, y temo olvidarlo yo también, ya no me quedan fuerzas para escribir, el gran pez me despertó la memoria, pero se llevó la ilusión, y un ser humano sin ilusión a veces es peor que un ser humano olvidadizo, porque lleva la memoria consigo, pero no tiene el deseo de proyectarla, cae en un silencio que para quienes le rodean puede ser insoportable, tan insoportable como una especie de delirio solo querer escuchar ahora.
Tengo suerte de mirar por el pequeño agujero de la popa, pero solo veo un mar de rostros olvidados, y el de ella, siempre enojado, o triste, vaya a saber cualquier dios la diferencia entre ellas, ahora ya no hay más línea de separación entre ambas cosas, y eso da un poco de miedo.
Entre dormida y despierta ahora tengo una ensoñación, la veo pasearse enfrente de mi con otra persona, reconozco este rostro y como siempre le he considerado una gran investigadora, le pregunto:
-Por qué ella está tan enojada, si pudo hacer un camino lejos del mío, no debería cargar en su rostro la pena por el camino no recorrido. Y mucho menos odio, es pesado el odio, y en medio de la inundación que viene puede ser incluso peligroso.
-Un día se dará cuenta de eso, pero no es este día. Dijo la investigadora. Y termina la frase llamándome "maestre".
No tengo idea de por qué recuerdo eso en medio de un mar sereno, y 12 personas al lado mío intentando sobrevivir a la catástrofe del olvido. Quizá porque era en parte una paradoja, yo queriendo que olvide el odio, pero el odio era para ese momento quizá lo único que la hiciese recordar que en algún lugar estaría yo esperando a las personas que lograron no olvidarlo todo, para escribirlo y volver a comenzar un nuevo ciclo.
El profesor me trae de vuelta al presente con un leve golpe en medio de la frente, "desconecta eso", me dice, no llames lo que ya a sido, guarda tus fuerzas para escribir el libro, y recuerda el futuro ahora. Pronto llegaremos a la isla y tendrás muchas más visiones de las que jamás has tenido, quizá te pierdas en una de ellas y no regreses más, tenemos que sacar todo lo que podamos sin la velocidad del tiempo contra la vela.
Entonces la embarcación sufre un fuerte golpe de tierra en frente, y los 12 comienzan a hablar al mismo tiempo, me percato de que no dicen nada "sensato" al menos no para mí mente, hablan en otras lenguas, y hablan sin tiempo y los 12 se acercan a mi para dictarme, porque soy la única que escribo, pero el profesor nos saca de la embarcación primero, bajamos de la barca y siento por primera vez la arena, digo por primera vez porque así lo siento, creo que jamás en todas mis vidas había estado tan consciente de ella, de lo que es la arena, de lo que era.
Tomó mi disminuido equipaje y le pregunto al profesor que hacia adónde nos dirigimos, pero comprendo que no pueda decírmelo, si solo lo pienso, podría atraer a más personas a la isla, y no estamos aún listos para eso. Así que me retracto de la pregunta y nos adentramos en la isla, hay vegetación, exuberante, selvática, pero nada tan extenso, más bien aquella isla comienza a tomar forma de un arrecife, donde la vegetación es mitad marina y mitad terrestre, siento el aire mucho más frío de lo que yo recordaría/asociaría para un paisaje como ese, así que mi cabeza percibe aquella información como un corto circuito, y comprendo también que es justo para eso que la Vésica Piscis cruza dos tipos de información opuesta, para que ninguna anule a la otra, sino para que aumenten sus posibilidades.
Después de una caminata de unos 70 pasos, más 7 de entrada, llegamos a una construcción antigua, o moderna, quien podría decirlo dadas las circunstancias, ya no sabía si era el pasado o el futuro lo que observaba. El profesor fue acomodando todo el escenario para sentarnos a todos en una larga mesa de piedra en medio del jardín cerca a la playa, recuerdo una especie de alga que insinuaba unos asientos, y una clase de cuenco servido sobre la piedra que servía de mesa, y nos fue disponiendo a todos, cada uno en su lugar.
Yo me sorprendía de la facilidad con la que lo hacía, nadie refutaba nada, quizá el cansancio de todos nos hacia sutiles, manejables, como alertargados por el vaivén de las olas, que no sabríamos nunca cuánto duró.
-Escribe ahora. Me dijo el profesor, y uno a uno me fueron compartiendo en sus lenguas las memorias que traían incrustadas en el diamante de sus gargantas, y yo fui escribiéndolo, capaz de comprender aquellas lenguas ancestrales, y los sentimientos que también las mesian y así pasábamos el tiempo, comíamos una clase de pan, que estaba hecho con la levadura de las algas y fibras de algunas plantas que el profesor mezclaba en la cocina, y tomábamos absenta, no sé cómo, pero el profesor tenía cantidades exageradas de Artemisa en lo que parecía ser una granero, junto a otras cientos de especies de plantas, unas ya secas amarradas en puñitos con cordones que se precipitaban desde las tablas del techo, y otras naciendo en lo que parecía ser un jardín interno hidropónico.
Todos los días se levantaba a pasar unas plantas del agua a la arena, y luego las que estaban en la arena se pasaban a los cordeles para el secado, del secado, a la prensa, y de la prensa a grandes contenedores de madera donde comenzaban el proceso de fermentado. Y después de unos días, teníamos una botella nueva del verde elixir. Me sentía afortunada de estar ahí, haciendo lo que vine a ser, y además aprender tanto del profesor.
La masa llevaba otro proceso, era un alga especial, se dejaba en agua algunos días, hasta que unas diminutas burbujas comenzaban a aparecer en el agua, ya oxigenada agregábamos el polvo de otras plantas que el profesor secaba al sol días completos, y empezábamos a amasar aquella gran mole verde azulada en un gran contenedor cuadrado de madera que el profesor había construido con sus propias manos, tomábamos la mitad de la masa y la colocábamos en distintos recipientes de distintos colores, según el día; y según el día también, los consumíamos. No sé si era el color del recipiente o la distancia de preparación de un día a otro, pero su sabor se transformaba radicalmente, y era absolutamente deliciosa cada día, satisfacía sin ser grotesca en el estómago, o empalagosa de alguna manera.
El profesor se encargaba de hornear cada día, en una clase de hoguera que también el mismo había construido, era de una clase hormigón, y tenía el espacio para poner solamente 2 pequeños troncos bajo tierra que se alimentaban de oxígeno por un pequeño tubo que abastecía la cantidad correcta para la combustión, ni tan acelerada ni tan desproporcionadamente.
Nos levantamos temprano un día, y yo miraba el amanecer/atardecer, que para la ubicación, era exactamente lo mismo. Y el profesor se acercó a mi con una taza de ese extraño brebaje que solía tomar por las mañanas, y por primera vez, me compartió una taza, me dijo que ese día se iría por unos días, pero que regresaría con algo que me alegraría. Y recalcó que por esos días en lo que él no estaría, podía dejar de escribir y hacer lo que yo sintiera.
Así que en cuanto la bruma del horizonte borro la pequeña barca con el profesor adentro, me dispuse a hacer la labor de preparación de la absenta y de la masa que me correspondía ese día, mientras los demás cortaban y re-sembraban las plantas en el jardín. Siempre había mucho silencio, muchas veces no nos atrevíamos a desviar la atención de alguno en sus memorias, sabíamos lo importante que era recordar todo lo posible para plasmarlo en los rollos que el profesor facilitaba, y que hacía con la misma fibra que elaborábamos la masa.
Y yo escribía con el verde profundo de la tinta de las algas que escurríamos, todo era útil y suficiente en aquel momento.
Cuando llegó el atardecer, tomé unos trozos de la masa, ese día correspondía el azul, y tomamos el absenta, los llame a la mesa y les dije que solo quería agradecerles por estar ahí, por confiarme sus recuerdos, sus sentimientos, su dolor y sus alegrías, y por dejarme escribirlas de manera ordenada para darles el sentido de la tierra, pero al contrario todos se acercaban a mi uno a uno, para agradecerme la paciencia que yo tenía con todos ellos, por dejarlos llorar cuando alguna memoria les invadía la razón, y por dejarlos dramatizar con gestos algunas palabras que eran intraducibles para mí, por dejarlos irse horas frente al mar a sentarse en alguna roca esas veces que era necesario dejarse extasiar por algún recuerdo de amor.
Cómo no hacerlo, todos ellos de alguna manera me recordaban mis propios recuerdos, mis memorias casi olvidadas por el tiempo que existí en el tiempo, que extraño sonaba eso cuando intentaba darle coherencia, no había forma de explicar lo que pasaba cuando uno se salía de tal dimensión, pero si alguna vez volvía, sabía que la aceleración haría su trabajo siguiendo las ordenes de la compensación, y me borraría la memoria en cuestión de segundos. Así que pasaba largas horas frente al mar pensando si quería regresar, pero cada vez la respuesta era más concisa, más rotunda.
"No". Me decía a mi misma, creo que está vez ya no lo haría, había encontrado entre el mar, un hogar en el que dejaría mis propias memorias escritas en la arena que tan cálidamente me había dado por primera vez la bienvenida a mi última vida encarnada, y cerraría los ojos para descansar en el "no tiempo", en el "no sueño", en el "no retorno", descansaría ya de las visiones, de los recuerdos, de las preguntas. Lo que viví se iría conmigo, como las canciones de mis ancestros, para dejar a los nuevos vivir sus propias vidas, sus propios sueños, sus propias experiencias.
Justo en ese instante una de las personas que estaban en la mesa conmigo, se acercó a preguntarme si volvería a la tierra.
-Hermano, le dije, yo ya me he perdonado. No creo que vuelva está vez descansaré. Recuerdo llamarlo "Mat". Y agregué:
-Creo que los sentimientos son abrumadores, Mat, ya experimenté bastante de ellos, ya lloré, supliqué, grité, suspiré, amé, me enojé, odié, repliqué, transgredí, serví, me expresé de mil maneras, sobreviví hasta recibir la expiación por mi causa, pero esa persona jamás volvió, así que cuidé al ser que me otorgó el nacimiento y me permitió experimentar todo aquello, hasta que también marchó junto con mi padre. Luego llegó la inundación y acabé aquí ...y aquí he sentido el hogar que no sentí antes en ninguna parte de la tierra, aquí me expiaré a mi misma de ese recuerdo que aún saca esta sal de mis ojos, hasta que esta sal y la del mar se mezclen y sean finalmente una sola de nuevo. Aquí me quedaré incluso cuando cada uno de ustedes también se marche. Quizá escriba mi última poesía, con un cigarrillo de loto azul en mi mano y me vaya en un suspiro.
Mat, sonrió, es extraño que solo recuerde su nombre y el de una mujer joven que siempre me hacía llorar cuando me contaba sus memorias, se llamaba "Mūm", era una chica muy solitaria, me hacía recordarme a mi misma cuando llegaba su turno de entregarme sus memorias, me decía que camináramos por entre el jardín, llevaba siempre una ramita en la mano como si necesitara que la ramita le conectará con algo, y en cuanto la apretaba, comenzaba a hablar por horas sin parar, sus memorias venían de Lemuria, ella fue separada de su hermano gemelo en el vientre por una experimentación genética, decía que "ellos" abrían los vientres de las mujeres para saber si lo que nacería sería hembra o varón, pero al abrir el vientre de su madre encontraron gemelos dentro de dos bolsas diferentes, y le arrancaron a su hermano del vientre de las entrañas a la madre en un dolor que fué también suyo, así de fuerte y así de profundo. El dolor se volvió su religión.
Para Mat había sido distinto, a sus padres los habían separado un poco después de el haber nacido, a los varones los llevaban desierto adentro, a las mujeres las dejaban con los niños, hasta que al tener la edad necesaria para también adentrarse en el desierto, mataban a sus madres ante ellos para que tomarán fuerza y marcharán sin volver atrás, pues ya no había nada a lo cual volver. Decía que los hombres del desierto se tomaban muy en serio aquello de sobrevivir, debían valorar la poca comida que podían encontrar y a prender a racionar. Su creencia se basaba en el discernimiento de lo que podía ser una alucinación y de lo que no lo era.
Estás historias junto a las otras 9 historias que transcribí tan detalladamente en aquellas hojas verdosas, fué nuestro legado para la nueva tierra, la que aún no sabíamos donde o cuando iniciaría de nuevo. Pero tampoco era algo que me importara. Me importaba mi trabajo, mi trabajo fue escribir para quienes quisieran leer lo que aquí estábamos haciendo, y así lo estaba haciendo, por primera vez en silencio podía estar sola con mis pensamientos y los sentimientos también por primera vez, podían ser canalizados, ordenados, brindando en vez de quitar, y llenos de una magia, que quizá al no pertenecerme, permitía que me inundaran despacio, sin absorberme por completo, sin aquella necesidad de ser entendidos, solo en su poder absoluto de ser ...sentidos.
Y así paso el día, ese y otros más que vinieron sin la presencia del profesor, poco a poco las memorias fueron cesando y cada uno dormía más de lo acostumbrado, quizá cansados al igual que yo de recordar.
Un día mientras aseguraba con un martillo unas tejas flojas de la casa, divisé entre la luz rumeante del atardecer, la forma difusa de un bote conocido, era el bote del profesor que se acercaba despacio a la isla, no sé si se trataba de mi percepción, pero sentí que había tardado años llegando a la orilla, y yo aún con el martillo en mano, noté una figura más alta de lo normal salir de la embarcación, irradiaba una luz que ya había observado en otra estancia de mi vida, y traía en su mano otra figura, una figura que al mismo tiempo me recordaba a alguien, a algo.
Solté el martillo y me froté los ojos para poder distinguir mejor lo que observaba, pero en el mismo instante que lo hice, aquella figura ya se encontraba en frente de la casa, esa figura que al lado de ese radiante parecía ser solo un pequeño bosquejo humano, se trataba de aquella niña rubia con un planeta rojo que fué bajando de su frente hasta manchar sus labios, aquella niña que me seguía desde la infancia con la curiosidad del niño recién nacido que busca comprender su mundo a través del mundo de otro, aquella niña que había sido mi hija y mi madre, mi socia, y mi enemiga, mi amiga, mi hermana, mi todo y mi nada. Estaba allí, pero no sabría con certeza si aquella visión solo era una de tantas memorias jugando conmigo o si era una proyección tan perfecta la que tomaba forma ante mis ojos negros.
Entonces recordé a mi abuela, llamando a aquella niña "mi familia", recordé sus ojos almendrados mirando el universo en los míos, y preguntándome por qué era tan frío, miré sus manos blancas y delicadas aferradas a la mano de aquel alto ser del cual casi colgaba, miré su intento de sonrisa y mire sus anticipadas ganas de abrazarme que también eran mías.
Y sonreí
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